La región de Asia Oriental se ha convertido en el último lustro en uno de los focos de atención de las relaciones internacionales contemporáneas. El final del orden bipolar de guerra fría ha dado paso a un incierto período de transición en el se está gestando un orden multipolar en ciernes. Precisamente es en el noreste asiático donde la rivalidad entre las potencias se manifiesta de forma más intensa y nos proporciona indicios sobre si la naturaleza del orden regional asiático será cooperativa o conflictiva. Esta cuestión –la dinámica de las relaciones internacionales– ha provocado desde el final de la guerra fría intensos debates en la disciplina de las Relaciones Internacionales en las que dos visiones o aproximaciones se han erigido como dominantes.
Para empezar, los teóricos realistas próximos al mean-stream norteamericano afirman que el orden regional asiático será necesariamente conflictivo y que dicho orden no hará más que emular la política decimonónica del equilibro de poder europeo. Aunque inspirados por la obra de Kenneth Waltz (Theory of International Politics, 1979), los autores actuales realistas como John Mearsheimer (The Tragedy of Grest Powers Politics, 2001) afirman que en el orden regional de Asia Oriental, China va a desafiar el poder de los Estados Unidos y dicha actitud revisionista, va a producir un choque entre ambas potencias. ¿Por qué el choque entre Estados Unidos y China es, por lo tanto, inevitable?
Según está forma de entender las relaciones internacionales, ello se basa en tres argumentos. En primer lugar, la falta de un gobierno mundial y de una policía global que haga cumplir las normas internacionales comporta que cualquier potencia en ascenso termine por desarrollar actitudes revisionistas para con el sistema internacional. China no será la excepción, y su inserción en el sistema internacional como gran potencia generaría el tipo de conflicto que el ascenso en el pasado de potencias como Alemania, Japón, Francia, Reino Unido o España provocó en la estructura internacional. En segundo lugar, aunque el discurso chino de su “peaceful rise” o ascenso pacífico fuese cierto –algo que ningún realista cree-, nunca podremos estar seguros de las intenciones futuras de los dirigentes de Beijing. Por último, en un sistema internacional en el que las potencias en ascenso tienen actitudes revisionistas, la única opción que queda es la de la “auto-ayuda”, es decir, proporcionarte seguridad a través del fortalecimiento de tus capacidades defensivas y a través de alianzas puntuales con terceros países.
Esta visión del sistema internacional, según los realistas, no es ni mucho menos la deseada, pero es la que mejor describe el estado de las relaciones internacionales en Asia Oriental. Una China en ascenso, inevitablemente, crecerá hasta tal punto que su poder –entendido como capacidades- terminará por producir una confrontación con los Estados Unidos por la hegemonía regional pero también mundial. Japón, ante el dilema de elegir cual es la posición que mejor salvaguarda sus intereses nacionales, no tendrá otra opción que reforzar su alianza con los Estados Unidos y tratar de contener el ascenso de China, su mayor amenaza a su seguridad.
Por otra parte, los autores liberales describen las relaciones internacionales en términos menos conflictivos y más benevolentes. Igual que los realistas entienden que los estados son actores egoístas y racionales que buscan su propio interés. Sin embargo, la lógica cooperativa permite a los estados llegar a situaciones que son mutuamente beneficiosas para ambas partes. El comercio, la cooperación en materias como el medio ambiente o la tecnología o las instituciones internacionales son ejemplos de la naturaleza cooperativa de las relaciones internacionales. Este complejo juego de interdependencias ha sido descrito por algunos autores (Giovano Grevi, El Mundo interpolar, 2010) como la nueva “interpolaridad”, es decir una nueva forma de entender la política de las grandes potencias en la que la interdependencia será la característica básica.
Siguiendo esta argumentación, algunos autores liberales como Joseph Nye, más que hablar de una China conflictiva, indican el interés que el propio país tiene por comportarse de manera responsable. El régimen político chino depende de la interdependencia con el mundo para su propia subsistencia. China exporta e importa de los Estados Unidos y estos, a la vez, dependen de los fondos chinos para financiar su deuda pública. Esta nueva interpolaridad es el mejor antídoto ante el incierto ascenso de China y Japón, cuyo primer socio comercial es China, tratará de no enemistarse con su vecino y no lastimar, con ello, sus intereses comerciales y económicos.
¿Cuál es la visión que mejor define el nuevo orden regional asiático? La respuesta está en una zona intermedia entre ambas visiones (López i Vidal, Power transition periods and the rise of China, 2015). La manera en que China ascenderá a potencia del sistema estará marcada por dos fuerzas. La primera es la evolución del sistema político chino. Una China que abrace un régimen político democrático y liberal sería una China más fiable para los países occidentales y aunque el conflicto no desaparecía, sí se reduciría considerablemente. La segunda fuerza motriz será la forma en qué China y los demás países resuelvan sus diferentes disputas territoriales en conflictos como las Senkau –con Japón-, Islas Paracel –Vietnam-, Islas Scarborough –con Filipinas-, e Islas Spratly – entre 6 países.
¿Es el pasado de Europa el futuro de Asia, o por el contrario, el futuro de Europa es el presente de Asia?