En este escrito me enfocaré en la posición de China frente al conflicto del Mar del Sur, cara a la resolución de la Corte Permanente de Arbitraje sobre el caso China vs Filipinas, y, sobre todo, como una radiografía del endurecimiento en los vaivenes mundiales de poder.

En una contribución anterior alerté sobre la formación de un “balance de bloques” (bloc balancing) como  síntoma de una rigidez cada vez mayor en los equilibrios mundiales de poder. Esto se confirma con la decisión institucional del bloque de la OTAN para posicionar cuatro batallones multinacionales frente a la influencia militar de Rusia en Europa del Este. A esto también se podría relacionar la reciente adhesión a India y Paquistán a la Organización para la Cooperación de Shanghái, aumentando el bloque institucional que lideran Rusia y China –con la probable futura adhesión de Irán. Por último ante la declaración del bloque del G7 sobre la situación en el Mar del Sur de China, Beijing ha endurecido su retórica y posición acerca del conflicto.

China intensificó una campaña en contra de la resolución de la Corte días antes de que ésta  se hiciera pública. Desde referenciar mapas antiguos –donde se muestra que las islas en el Mar del Sur de China pertenecen al país asiático desde el s. XVII– hasta la publicación en periódicos chinos sobre reclamaciones acerca de la imparcialidad de la Corte, Beijing está mandando el mensaje de que no aceptará el arbitraje internacional en tanto sus “imperfecciones”, su carácter “tendencioso”, y su “parcialidad”.

Lamentable o afortunadamente, China podría tener razón en no aceptar el fallo de la Corte. De acuerdo con un reporte en The Diplomat, por Tara Davenport, el caso China vs Filipinas, no importando el resultado, servirá para redefinir varias cuestiones en el derecho internacional que han quedado olvidadas: definición clara de una isla capaz de sostener actividad económica o vida humana, ausencia de denuncia con base en derechos históricos, representación de asuntos legales. Pero, más importante, el rechazo de la decisión de la Corte podrá aumentar, paradójicamente, la legitimidad de la misma, tal como sucedió en el caso “Estados Unidos v. Nicaragua”, en 1986.

Con respecto a esto último, no muchos recuerdan que la Corte falló a favor del país centroamericano, frente a lo cual Estados Unidos mostró rechazo e inició una campaña en contra del organismo internacional. Este evento aumento la legitimidad de la Corte al mostrarse defensora de países débiles vis-à-vis grandes potencias.

El rechazo de China no implica que no quiera resolver el asunto, tal como ha expresado varias veces el gobierno en Beijing. Este asunto, no obstante, busca resolverlo de manera bilateral con los países directamente involucrados, alegando que Estados Unidos no tiene nada qué hacer ahí. Un texto recientemente publicado en Qiushi –publicación oficial de la Escuela del Partido Comunista de China– advierte que Estados Unidos, sobre todo después de poner en marcha la estrategia de “reequilibrio en Asia-Pacífico” (Asia-Pacific Rebalancing o Yatai zai pingheng 亚太再平衡), intenta reproducir las acciones que Washington efectuó en el Mar del Caribe, con el único fin de asegurar esa importante zona geopolítica. El mensaje, parece ser, es que Beijing no quiere que Estados Unidos se meta en su propio “Mar del Caribe”.

El endurecimiento de las posiciones implica, también, una carrera armamentista. El interesante reportaje de Chan, en el periódico de South China Morning Post, refleja cómo han aumentado las capacidades bélicas de China y Estados Unidos en la zona, a tal grado de hablar de submarinos que rompen récords de hundimiento, o drones acuáticos.

Al final ¿cuál es la posición de China? De acuerdo con el recientemente publicado Libro Blanco sobre el asunto, Beijing considera a su país como una fuerza promotora de la paz y estabilidad en la zona, además de que reclama la soberanía sobre las Nanhai Zhudao (南海诸岛, “Islas del Mar del Sur de China”), y enfatiza el hecho de que asuntos territoriales no están regulados por la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Mar.

Como estipula el Libro Blanco, China prefiere llegar a acuerdos bilaterales para la delimitación de fronteras, algo que ya ha hecho con 12 de los 14 países con los que comparte límites territoriales. Ante el fallo de la Corte, y el rechazo del gobierno en Beijing, Manila deberá elegir si seguir con su tradicional política pro-Washington, el cual la presiona para enfrentarse a China, o alinearse con el país asiático, tomando en cuenta los beneficios  económicos que esto implica.