Del 17 al 23 de noviembre del 2016 el presidente chino, Xi Jinping, realizó su tercer viaje a América Latina, visitando Chile, Ecuador y Perú, y aprovechando la estancia para asistir a la 24 reunión del Foro Económico Asia-Pacífico (APEC).
Este viaje se inserta en un marco hemisférico complicado, en el que Trump ha anunciado dar marcha atrás en las negociaciones del Acuerdo Transpacífico (TTP), en el que Venezuela vive momentos difíciles en política interna, y en el que existe una incertidumbre en el ambiente económico global debido a las tendencias antiglobalizadoras que implica el Brexit europeo y el No en Colombia.
Las incertidumbres globales han originado ciertos espejismos en torno a la relación China y América Latina.
Por un lado, hay analistas de América Latina y de China quienes afirman que la región latinoamericana ha adquirido una renovada importancia para el país asiático, por medio de una “diplomacia pragmática”, en vista de la ampliación de temas que integran la relación bilateral, aunque sigan siendo temas eminentemente económicos –es decir, pasar del comercio al asunto de préstamos e inversiones.
Por otro lado, hay analistas estadounidenses quienes ven con escepticismo el acercamiento de China a la región, en tanto se percibe un vacío de poder por parte de Estados Unidos en América Latina –resultando, esto, en una “inevitable” oportunidad para el país asiático–, y que la “nueva era” de las relaciones sino-latinoamericanas se caracteriza, más bien, por una profundización de los lazos asimétricos, lo cual ahondará los problemas ambientales y el déficit comercial.
Más allá de lo que signifique elevar el estatus de Ecuador y Chile a “socio estratégico integral”, el paso de Xi Jinping por América Latina es parte de una estrategia mucho más amplia que denota una crítica a la hegemonía estadounidense.
Con base en la Teoría de la Estabilidad Hegemónica, una hegemonía procura proveer de bienes públicos globales para contribuir al funcionamiento del sistema internacional y a su propio beneficio. Pues bien, el rechazo de Estados Unidos para continuar con políticas amplias medioambientales y de libre comercio –como el apoyo al Acuerdo de París y al TTP– es un signo de que su hegemonía ha llegado a un punto crítico, en el que ya no es permisible contribuir al funcionamiento del sistema internacional. La crítica a la posición de la nueva dirigencia estadounidense con respecto al libre comercio se puede observar al inicio del discurso de Xi Jinping en el marco de la reunión del APEC:
“Como la región más dinámica y grande en la economía global, el Asia-Pacífico debe desempeñar un papel de liderazgo, adoptar acciones concertadas, impulsar un nuevo ímpetu a la recuperación de la economía mundial, y abrir nuevas sendas para el crecimiento de la economía mundial”
El discurso chino es discreto y evita asumir que China es la candidata a reemplazar la hegemonía estadounidense, además de que el gobierno chino aún no quiere asumir los costos de ser una hegemonía global. No obstante, el rechazo estadounidense al libre comercio y a la protección del medio ambiente –claros bienes públicos globales– representa espacios de oportunidad para China.
La región latinoamericana es, y seguirá siendo, una región de importancia periférica para China.
Como establecen algunos análisis, si bien el déficit comercial se reducirá poco a poco en razón de la caída en los precios de los bienes primarios, los préstamos e inversiones aumentarán –aunque concentrados en recursos naturales–, y aumentará considerablemente la inversión en infraestructura.
Lo anterior representa oportunidades para los países latinoamericanos, aunque estas deberán ser aprovechadas con pensamiento estratégico y crítico. Es decir, la posición global de China con respecto al libre comercio y al medio ambiente representa oportunidades para que otros actores –además de América Latina– consoliden proyectos para establecer áreas de libre comercio, centros económicos de alta tecnología, infraestructura estratégica, inter alia. En la región latinoamericana la Alianza del Pacífico resulta ser una plataforma idónea para impulsar este tipo de cuestiones.
China no es la panacea para América Latina, pero sus acciones globales representan oportunidades que los países latinoamericanos pueden aprovechar.