Al realizar un viaje a China, muchos se llevan la impresión de que la mayoría de sus ciudades parecen tener veinte años de historia. Es fácil encontrar arquitectura de los años noventa con azulejos desgastados y rejas en las ventanas o rascacielos y urbanizaciones construidos recientemente, pero no tanto aquella China antigua que muchos desean encontrar cuando llegan a este país.

Con excepción de Pekín, donde todavía se conservan varios barrios históricos, en muchas otras ciudades lo único que resta es un templo o una calle peatonal con arquitectura tradicional china reformada.  Uno tiene que imaginarse a la China imperial, absteniéndose de la posibilidad de verla con sus propios ojos.

Y es que en los últimos años, una de las consecuencias del desarrollo económico ha sido la destrucción de buena parte del patrimonio arquitectónico del país. Las razones de este proceso de demolición de las ciudades antiguas son de índole histórica, política y económica.

Con la proclamación de la República Popular de China en 1949, el nuevo gobierno dirigido por Mao Zedong consideró que la cultura tradicional china explicaba en buena parte el retroceso del país en comparación con las potencias occidentales. Para luchar contra ello había que realizar cambios drásticos en la manera de vivir y pensar de la población. Medidas como la simplificación de los caracteres chinos, el repudio a las formas de vestir tradicionales o la censura del confucionismo y el taoísmo son algunas de las más destacables.

Aunque ya venía de antes, es durante la revolución cultural de los sesenta y setenta cuando el rechazo a lo «chino» se ve exacerbado. Templos, esculturas, libros, pinturas y todo tipo de artilugios de la época pre-comunista son destruidos y quemados en la «noche de los cristales rotos» que duraría diez años en China.

Eso explica que en los ochenta, con el fin de la era Mao y la llegada de la globalización en China, esta corriente de pensamiento siguiese presente en muchos de los chinos que nacieron y crecieron en el periodo anterior. La idea de la «Nueva China», término con el que se denomina al periodo histórico que transcurre desde del triunfo comunista hasta la actualidad, ha incorporado siempre un componente de rechazo al pasado. Eso explica en buena parte la actitud del gobierno y de los ciudadanos de aceptación y apoyo a la demolición de los barrios históricos para construir sobre ellos esta nueva China.

Ahora bien, en el periodo post-Mao las causas del proceso de renovación son más económicas que ideológicas. La destrucción de un barrio histórico o un pueblo urbano gira en torno a un único concepto: el desarrollo.  Bajo esta idea determinista cualquier demolición es excusada. El que se oponga es señalado como un obstáculo al camino que debe tomar China y, por tanto, una persona con una mentalidad atrasada o estancada.

Las razones económicas son bien evidentes en este proceso de cambio y renovación de las ciudades chinas. Por una parte, muchos de los residentes de los barrios antiguos ven con buenos ojos la compensación económica y el nuevo hogar que el gobierno les ofrece en la nueva urbanización que será construida encima de las ruinas de su antigua casa. Por otra parte, hay que tener en cuenta que buena parte del PIB chino está ligado al sector de la construcción y la inversión inmobiliaria. Es por ello que hay muchos intereses por parte de constructoras, inversores o el mismo gobierno local deseoso de cumplir los objetivos de crecimiento económico impuestos por el gobierno central.

Las características del sistema político permiten también que este proceso de renovación de las ciudades chinas sea relativamente fácil de llevar a cabo. En un país donde la justicia está tan ligada al poder ejecutivo y cualquier síntoma de protesta u oposición es rápidamente silenciado y castigado, la capacidad del individuo o la comunidad de residentes de influir en las decisiones del gobierno es muy limitada. Es común encontrar edificios antiguos con el carácter 拆 (destruir) en la pared escrito por las autoridades para informar sobre la futura demolición.

Es evidente y se ha comprobado que diferentes casos de corrupción han permitido también acuerdos entre constructoras y gobiernos locales para construir urbanizaciones sin consultar a la población que reside en esos terrenos. Como ocurre en la mayoría de países, el sector de la construcción es de los más propensos en China a relacionarse con el gobierno de una forma indecente.

Con todo lo expuesto hasta ahora, podría parecer que China está destinada a perder todo su patrimonio arquitectónico. Sin embargo, las tendencias cambian con el paso del tiempo.

Después de tres décadas de la apertura de China al mundo, se observa el advenimiento de unas nuevas generaciones interesadas en la historia y la conservación del patrimonio arquitectónico de su país. En Guangzhou, la ciudad donde resido, la oposición a la demolición de pueblos urbanos y calles históricas hizo cambiar al gobierno de postura en algunas situaciones y ha permitido que estos sean conservados y reformados. Y no solo los jóvenes están cambiando, pues tuve la oportunidad de hablar con personas mayores que me comentaban como en los ochenta hubieran visto con buenos ojos la demolición de sus casas, construidas por sus antecesores, pero ahora preferirían que estas fuesen preservadas y declaradas patrimonio de la ciudad.

El proceso de renovación urbanística que han vivido las ciudades chinas estos últimos años son un reflejo del ritmo acelerado del desarrollo económico chino. Por supuesto no se pueden negar los efectos positivos de este en lo que se refiere a la mejora de la calidad de vida y las condiciones económicas de su población.  Sin embargo, este ha pasado en muchas ocasiones por encima de centros históricos, pueblos urbanos y barrios que tenían una propia personalidad propia desde hacía siglos y que hoy en día solo han sobrevivido en alguna fotografía antigua que nos permita ser conscientes del gran cambio que ha vivido China. Por fortuna, la postura del gobierno y los ciudadanos ha evolucionado hacía una revalorización de su historia y seguramente está tendencia irá siendo cada vez más mayoritaria en un futuro. Un alivio para los amantes de la rica historia de este país.

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Mi nombre es Arnau, soy de Barcelona y estoy licenciado en Ciencias Políticas y Administración por la Universidad Pompeu Fabra. He vivido en China durante 5 años, concretamente en las ciudades de Macao y Canton. Durante este tiempo he trabajado en diferentes áreas, principalmente en las de traducción e interpretación, la enseñanza del español y la importación de productos españoles. El aprendizaje del mandarín y el contacto con la comunidad local y expatriada en China me han permitido acercarme a esta cultura milenaria y ser presente de los cambios recientes y los que han venido produciéndose estos años desde la abertura del país al mundo. Mi intención es analizar de una manera más bien subjetiva diferentes aspectos relacionados con la actualidad política, la cultura y la sociedad chinas desde mi humilde punto de vista, basándome principalmente en mis propias experiencias.