La Revolución Cultural, contracción de Gran Revolución Cultural Proletaria, fue uno de los episodios más oscuros de la China contemporánea. De su complejidad han brotado multitud de interpretaciones más o menos tendenciosas, encontrándose la postura más cercana a la realidad de los acontecimientos, tal vez, en un punto intermedio.

Conocer las causas que motivaron su desencadenamiento resulta fundamental para comprender la magnitud del estallido revolucionario. Pese a que se trate de buscar un punto concreto para delimitar los antecedentes de la Revolución Cultural, la realidad indica que existieron una serie de motivos que confluyeron para desatar el «caos bajo las estrellas».

El Movimiento de las Cien Flores

En 1956 se produjo el denominado Movimiento de las Cien Flores, lo que demostró que Mao Zedong (毛泽东) no tendría problemas, llegado el momento, de actuar a espaldas del Partido Comunista Chino (PCCh). Fue un movimiento impulsado por el propio Mao, que pretendía, en un ejercicio teórico de difícil aplicación práctica, combinar un sistema totalitario con la necesidad de permitir e invitar a los intelectuales, ciudadanos y miembros de otros partidos políticos (los que apoyaron al Partido Comunista a la hora de tomar el poder el 1 de octubre de 1949) a criticar sin temor a represalias la gestión de los comunistas a cualquier nivel. De este modo Mao pensaba que el PCCh tendría un mayor acercamiento al pueblo y haría autocrítica, alejándose del burocratismo y la rigidez en la que estaba cayendo.

El Gran Salto Adelante

Otro de los grandes motivos fue el Gran Salto Adelante (1958-1961), el gran fracaso de Mao, viéndose gravemente debilitado a ojos del resto del PCCh y lo que es más importante, del pueblo chino. Su aura de infalibilidad quedaba desde comienzos de la década de 1960 en entredicho, por lo que se retiró a un segundo plano, recayendo la gobernabilidad en un grupo que formaba parte de la corriente interna menos dogmática y que estaba encabezado por Deng Xiaoping (邓小平), secretario general del Comité Central del Partido, y el jefe del Estado, Liu Shaoqi (刘少奇).

Lo que Mao pretendía al impulsar el Gran Salto Adelante era, como ya dijo en la Conferencia de los Partidos Comunistas del Mundo en Moscú, sobrepasar a Reino Unido en quince años, lo que implicaba producir, a principios de la década de 1970, una cifra desproporcionada de acero y carbón, entre otros objetivos.

Ningún camarada del Politburó se opuso a los sueños utópicos de Mao, sumándose todos, desde Zhou Enlai (周恩来), primer ministro de la República, hasta Deng Xioaping, a un discurso que en ningún momento tenía una base real. Puesto que se buscaba una alternativa al modelo soviético para progresar y convertirse en la primera potencia comunista, se llegó a la conclusión de que la solución estaba en la construcción de grandes comunas (desde los años 20 Mao veía en la Comuna de París de 1871 un referente). En agosto de 1958 dijo en una reunión plenaria del Politburó que la comuna era «la mejor forma de organización para edificar el socialismo y la paulatina transición hacia el comunismo» (SHORT, 2011:488). El campesinado chino comenzó a vivir en comunas, superando la etapa de las cooperativas que llevaba en vigor apenas un par de años. La colectivización llegó más lejos que nunca, incluyendo terrenos, ganado e incluso los enseres de cocina.

Además, la cosecha de 1959 fue una de las peores en varios años, contando con inundaciones en el sur del país y sequías en el norte, sin olvidar que las relaciones con la URSS se encontraban deterioradas, lo que suponía una pérdida relevante de ayudas del exterior (en 1960 los soviéticos cortaron las ayudas e hicieron regresar a sus expertos). Todo ello condujo a una hambruna generalizada que hizo al pueblo chino retrotraerse a épocas pasadas, dejando a sus espaldas, ya en 1961, más de veinte millones de muertos por inanición. Mao, ante el fracaso del Gran Salto Adelante, decidió retirarse a un segundo frente, idea que llevaba varios años barajando, aunque dicha decisión no significó una renuncia al poder.

El Movimiento de Educación Socialista

La última campaña nacional previa a la Revolución Cultural fue conocida como Movimiento de Educación Socialista, impulsada en el invierno de 1962. El objetivo fundamental era acabar con los retazos de capitalismo que seguían existiendo entre el campesinado y los cuadros locales que apoyaban los sistemas de responsabilidad familiar, tratando de reeducar al pueblo para que asumieran las virtudes y la superioridad del socialismo. Se trataba de un movimiento encaminado a frenar el revisionismo que comenzaba a vislumbrarse en China, para lo que no dudó en reavivar la lucha de clases.

Además, y este sería un cuarto punto, la desestalinización emprendida por Nikita Kruschev, que se agudizó tras la celebración del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, fue determinante mientras la Revolución Cultural estaba aún en la incubadora. En los meses siguientes a la celebración del congreso (25 de febrero de 1956) la distancia entre Pekín y Moscú se hizo cada vez más patente, llegando a su punto culminante durante la década siguiente. La división se fundamentaba en la valoración del liderazgo y la gestión de Stalin −siendo lo más importante la crítica del culto al líder−, la existencia de una vía pacífica para llegar a la dictadura del proletariado (lo que se enfrentaba con la teoría leninista), así como la postura soviética de una coexistencia pacífica con los países capitalistas, lo que chocaba con el pensamiento maoísta.

El espejo soviético

La situación soviética, la que podría ser definida como el espejo soviético, no se reducía a las resoluciones del XX Congreso del PCUS. El 14 de octubre de 1964 tuvo lugar la renuncia forzosa de Kruschev como Primer Secretario del Comité Central del PCUS, después de ser depuesto por un grupo de miembros de su partido encabezados por Leonid Brezhnev, quien a la postre fue su sucesor como máximo dirigente de la URSS. Probablemente Mao, que ya estaba madurando en su interior un golpe de efecto contra lo que él entendía como una degeneración del comunismo chino, vio en el cada vez más querido y valorado Liu Shaoqi la sombra de Brezhnev, lo que podría implicar un golpe de Estado interno para acabar definitivamente con el control de Mao.

Durante sus retiradas a un segundo plano Mao puso a prueba a los que teóricamente iban a ser sus sucesores, tratando de probar sus habilidades y pudiendo corregirles. En todas y cada una de las pruebas el resultado fue negativo, observando que sería complicado que la causa del socialismo siguiera siendo la bandera de la República Popular China tras su muerte.

En cierto modo se podían trazar paralelismos entre la situación que se vivió en la URSS y la que podría producir en China si la corriente maoísta era definitivamente derrotada. Mao pensaba que las medidas emprendidas por Liu y Deng estaban ligadas al aperturismo y relajación ideológica de Kruschev, y, además, se estaba produciendo con él en vida, lo que podría poner en duda su eficacia como líder revolucionario y estadista. Además, la destitución posterior de Kruschev por parte de sus propios camaradas provocó en Mao cierto temor, lo que le obligó a pensar en tomar medidas. Es por ello que desde al menos un par de años antes del comienzo de la Revolución Cultural Mao se encontraba trazando una estrategia para recuperar el control del Estado, y para ello necesitaba dejar todo perfectamente atado, pues sabía que no contaba con el respaldo de una parte relevante del Comité Central, así como necesitaba de un apoyo popular y militar suficiente para poder recuperar el poder sin necesidad de obtenerlo por medio de los cauces habituales dentro del Partido. La Revolución Cultural sería, llegados a este punto, inevitable.

Referencias: 

SHORT, P. (2011): Mao. Barcelona: Crítica.