Habré dormido unas cuantas horas. Cuando desperté lo hice con ánimo de conocer lo que había afuera, tome una ducha de agua fría para refrescarme, al terminar, de la maleta cogí unos chocolates, dulces y un refresco para calmar el hambre, después cerré la puerta detrás mío. Aquellos tradicionales edificios de colores café y atiborrados de aires acondicionados con sus diez pisos eran la  primera estampa. El clima era caluroso y la humedad abrazante, pero Zheda me contagiaba de vitalidad para soportar las altas temperaturas, caminaba con la camisa totalmente empapada en sudor en muy pocos metros.

La universidad parecía vacía a medida que recorría sus prístinas calzadas. Avancé por un buen  tiempo, todo era nuevo, para entonces lo único que distinguía eran símbolos  chinos. No sé cuánto caminé, pero entonces me encontré con aquel gigante de bronce elevado a varios metros de altura, “Mao Tse Tung” (nombre castellanizado  de Mao Zedong). Me sorprendía encontrarlo en una universidad después de todo lo que había escuchado de él, el tiempo me respondería esas dudas. Aquel hombre miraba hacia el horizonte y con su mano derecha levantada señalaba algún lugar, en la otra mano sostenía su gorra con una estrella.

Después de un rato de contemplación continúe avanzando hasta llegar a la puerta principal. Los guardias que cuidaban el complejo me observaban y comentaban entre ellos, parecían secretearse. No logré tomar una decisión hacia dónde dirigirme, así que caminé hasta donde se encontraban los hombres uniformados para pedirles ayuda, supuse, entenderían algo de inglés. Luego del saludo les preguntaba si conocían algún lugar donde ir a comer.

Los tres guardias reían y me contestaban en chino sin lograr entender nada. Pasado largo rato de intentos vanos por comprender algo hasta que cambiaba al lenguaje universal: el de las  señas. Con mímica pretendía explicarles, mis manos señalaban hacia la boca;

-¡eat, food, meal, hamburger!- los guardias sólo reían, así que intentaba con otras palabras;

-¡McDonald’s, Kentucky, Domino´s!- no es que sea amante de estas cadenas de  chatarra, las evito al máximo, pero fue lo único que se me ocurrió al tiempo que los  hombres reían sin parar. Pasado un rato la desesperación se hacía presente en todos hasta que uno de ellos levantaba la mano pareciendo haber entendido mi idea, a lo que sentí alivio, mi exclamación fue -¡por fin!- y sonreía mientras el hombre introducía la mano en el bolsillo de su saco estilo “Mao” color verde olivo.

Imaginaba que recibiría alguna tarjeta con la dirección de un restaurante o algo  parecido, pero lo que asomaba era una cajetilla de cigarros. El guardia sacaba uno  de los cigarrillos y lo ponía en mi boca, instintivamente lo rechazaba con un  ademán y al mismo tiempo les decía -no gracias- pero el hombre respondía con otra seña de negación a la vez que prendía el encendedor. Sin más remedio  aspiraba la bocanada de humo que en primera instancia oprimía mis pulmones, enseguida el tabaco subía al cerebro como una patada que hacía ahogarme con aquella insoportable tos y lagrimeo. Los guardias reían a carcajadas por la situación tan hilarante que estaba pasando. Hasta ese momento desconocía la costumbre o “Guānxi 关系”, la cual en China consiste en ofrecer cigarros como muestra de amistad, pero como lo aprendía de una manera un tanto brusca me causaba enfado -¡pinches chinos!- gritaba. Afortunadamente nadie entendía los idiomas tan distintos, nos regalábamos una sonrisa, ellos sincera y yo fingida.

Después de recuperar el aliento y la cordura aplicaba una de las pocas palabras que había aprendido en chino;- xie xie «谢谢» – gracias, y me alejaba del lugar con un mareo que pocas veces había experimentado. Fumo de vez en cuando pero esos cigarros eran fortísimos, cuando perdí de vista a los guardias tiré el sobrante.

Caminé pensando en lo frustrante que era no poder comunicarse con las personas, ni siquiera para saludarlos o desearles un buen día. Recordaba como el antiguo testamento hablaba de “hombres llenos de orgullo y soberbia que desataron la ira de un dios celoso porque al querer construir una torre que llegara hasta el cielo y una gran ciudad castigó a la humanidad con el desentendimiento, dando a los hombres diferentes idiomas para que no pudiesen comunicarse entre ellos y de esa forma lograr que la obra quedara inconclusa”.

Para ese fecha China continuaba siendo una enorme “Torre de Babel” queriendo ser entendida por el mundo entero, con la excepción de que no hubo un dios que la aislara del mundo si no sus propias políticas, por qué lo iré platicando en otras columnas. Tras un largo paseo pude observar rodar cientos de autos nuevos y lujosos como Audi, Mercedes, Porche, BMW, Volvo, Ferrari y demás marcas desconocidas. La cantidad de gente transitando por las aceras era incontable, todo era una vorágine, Ciudad de México comenzaba a quedarse corta en el movimiento de personas.

Hangzhou, sé agua amigo mío

Después de pisar docenas de calles llegaba a aquel lugar: el Lago del Oeste. Lugar que dejaba observar un panorama de magnificencia entre lo natural y lo construido por el hombre. El clima avispado y las suaves aguas recreaban un sonido relajante para los sentidos mientras el paisaje vivo dejaba entrever algunos puentes en forma de arco por donde paseaba la gente. Grandes sauces, docenas de cafés o restaurantes a orillas del lago, algunas embarcaciones, una enorme calzada flotando entre el agua, pagodas y miles de luces frugales en el horizonte acompañaban la romántica noche de todos los paseantes. El Lago del Oeste como parte de la historia China guarda cientos de historias épicas, gloriosas, de valentía, arrojo, amor, traición, que en su paso por el tiempo han traído a su gente tanto bendiciones como calamidades. Con sus casi seis kilómetros cuadrados, el lago exalta el derroche de la naturaleza. Panorama vivo quid divinum de leyendas e historias y de fortaleza humana que sirven como fuente de inspiración para hacer sentir unidos a los residentes. No sé cuánto tiempo observé ese hermoso santuario mientras la oscuridad de la noche protegía a otras parejas de miradas ajenas, los escarceos amorosos de cientos de amantes continuaban tejiendo historias y tragedias de amor. Con envidiable calma, la luna brillante se reflejaba en el agua. Invariablemente, al tiempo que observaba el agua me preguntaba ¿hacia dónde voy?, ¿qué va a pasar?, ¿qué haré para lograr mis metas? ¿Y si hubiera? Preguntas sin respuestas que siempre llegan después de mucho tiempo.

Todos los cambios en la vida generan dudas y desestabilizan la vida. En ese momento es cuando se busca el apoyo de alguien o de algo conocido para aferrarse a imaginarias bases en un afán de no sentirse desprotegido. Cuando ese cambio se da es porque se ha logrado desechar paradigmas y prisiones mentales. Al no dejarse caer, las personas se fortalecen, se comienzan a construir caminos y es cuando se toma conciencia de que el cambio es inevitable. En ese momento es cuando se puede sentir libertad porque todo en la vida es transitorio, cambia y no es posible detener esa transformación. No tiene ningún sentido aferrarse a algo o alguien, vale la pena soltarlo porque nuevas personas, cosas o situaciones llenarán y formarán parte de una nueva vida.

El agua es el mejor elemento que describe a Hangzhou y uno de los máximos íconos de China, Li Xiaolóng, hombre que derrumbó mitos y barreras racistas en un país difícil de agradar, el hombre que demostró la disciplina y alta moral de una nación conocido en América como Bruce Lee, que dijo:

Vacía tu mente, sé amorfo, moldeable como el agua. Si pones agua en una taza se convierte en la taza. Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si pones agua en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Sé agua, amigo mío.

Desde entonces creo que el éxito de China se debe a que sabe mimetizarse como dicho elemento, amoldándose a cualquier situación, a cualquier cultura, siempre están corriendo para no estancarse y es tan poderosa que si tratan de contenerla destruye el dique que la obstruye.

Estaba tan metido en mis pensamientos cuando una voz me hizo voltear;

-pareces asustado, puedes compartir tus impresiones;

-hay cosas que prefiero no compartir;

-¿sorprendido?;

-novedad;

-Marco Polo dijo que este lugar era “la ciudad más bella en el mundo” ¿te parece?;

-demasiado pretencioso;

-China lo es;

-quiero conocer todo de China;

-es arriesgado;

-entonces valdrá la pena;

-este país te hará cuestionar y cambiar todo lo que pensabas;

-más experiencia entonces;

-por qué arriesgarse, si tal vez estabas estable en tu lugar;

-no quería estancarme;

-entonces buscas aprendizaje;

No podía dejar de mirarla, esa mujer tenía un aire de intelectual con esos lentes y se mostraba perspicaz;

-bonitos lentes- fue lo único que se me ocurrió;

-¿lentes?;

-para ser la primera vez está bien los lentes, ser muy directo es descortés;

-cierto, soy Claudia y ¿tú?;

Nos presentamos, seguimos la plática y mencionó;

-te gustaría caminar por esta hermosa noche llena de estrellas- siempre ha tenido un humor muy ácido y sarcástico;

-¡me encantaría!;

-¿en serio?;

-no, pero vamos y de paso ceno algo, muero de hambre;

Ella llevaba mucho tiempo viviendo en China, siempre dije que era china a no ser porque era veracruzana y siempre escapaba de su boca algunas palabras que sonrojaban a más de uno, pero creo que conocía cada detalle de la historia de este país, sus calles y sus historias que sólo se cuentan de boca en boca. Que grandes debates tuve con ella de política e historia china que ya compartiré con los lectores. Mientras tanto, seguimos caminando a orillas del Lago hasta llegar a un lugar llamado “Jamaica Coffe” a orillas del Lago del Oeste, por las ventanas se miraba un ambiente melancólico y romántico. La luna parecía haberse alejado más, los árboles y el agua eran velados por murmullos, Hangzhou invitaba a soñar despierto…

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Mi nombre es Omar Campos, soy mexicano de nacimiento y chino de corazón desde que llegué por primera vez a esa nación. Soy profesor de universidad en temas de Economía, Administración y Reingeniería de Procesos, además de empresario. He terminado de escribir un libro titulado “Shanghái, la casa del águila” que algún día veré publicado y que espero alguien lo lea. Amo China, más Shanghái, es mi segunda casa, Pekín es hermoso pero me causa angustia su tamaño, el hermoso Hangzhou se robó algo de mí. Me tocó caminar en una nación que acabó por cambiarse a sí misma y al mundo mientras recorría sus calles, estuve en su presentación al mundo en 2008 y quiero compartir con los lectores mi visión de esta fascinante nación. Hoy mi país vive una desastrosa guerra que nos tiene sumidos en una enorme fosa mortuoria, la corrupción es cínica y una forma de vida; las comparaciones son ociosas más entre países tan distintos, pero China, México y el mundo no son tan diferentes. Entender cómo se transformó China podrá ayudarnos a cambiar al mundo y a entender nuestro entorno global desde un punto de vista humanista.